Edgar Dale: de la crítica a la redención. ¿Debemos renunciar a la “Pirámide del Aprendizaje”?

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En el libro Métodos Audiovisuales en la Enseñanza (1946, Dryden, New York), Edgar Dale presentó un esquema con forma de cono en el que sintetizaba su ponderación didáctica de los métodos para el aprendizaje audiovisual por entonces conocidos, ordenándolos desde los más concretos (experiencia directa, experiencia simulada, dramatizaciones) hasta los más abstractos (uso de símbolos visuales y orales). Su propuesta, conocida como “Cono de la experiencia”, tiene la siguiente apariencia:

Es probable que la visualización del “Cono” produzca cierto desconcierto en el lector de estas líneas. Por alguna razón, el esquema precedente no se parece en nada al “Cono” o “Pirámide” de Dale que estamos acostumbrados a ver en numerosas publicaciones, presentaciones magistrales y conferencias. Veamos ahora una segunda imagen del “Cono de Dale”, tal y como aparece luego de una sencilla búsqueda en internet:

Ahora sí el lector se sentirá, seguramente, mucho más familiarizado con esta segunda versión. Así las cosas, nos hallamos frente a una confusa situación: ¿Por qué se difunden dos imágenes tan distintas sobre la propuesta teórica de Dale? ¿Cuál es el origen de esta última imagen tan diferente a la originalmente publicada por el autor? ¿Se trata de dos versiones consecutivas realizadas por el propio Dale o estamos ante la presencia de un “Cono” verdadero y otro falso?

Lo primero que vale la pena señalar es que la imagen que compartimos inicialmente, el “Cono de la Experiencia”, sí pertenece a Edgar Dale (hemos citado la fuente original). La segunda, y curiosamente de mayor renombre, NO posee ninguna relación con el mentado autor. Se la presenta habitualmente como “Pirámide del Aprendizaje” o “Cono del aprendizaje”. Ahora bien, ¿Qué nos propone en términos conceptuales esta última imagen, falsamente atribuida al educador estadounidense?

Como podemos observar, la Pirámide del Aprendizaje está conformada por un grupo de actividades educativas ordenadas jerárquicamente según su (supuesta) potencialidad para lograr la memorización de los conocimientos por parte de los alumnos. Cada una aparece acompañada de un porcentaje de efectividad, o tasa de éxito, que se eleva gradualmente a medida que nos trasladamos desde las tareas más pasivas (leer, escuchar), a las que involucran en mayor medida a los estudiantes (enseñar, experimentar, debatir, etc.).

Afortunadamente la literatura sobre educación médica, desde hace ya algunos años, ha tomado posición sobre la “Pirámide”, advirtiendo su escaso sustrato científico. Según las revisiones sistemáticas realizadas por Ken Masters[i] esta imagen piramidal, que tergiversa el cono original de Dale, es ampliamente citada en la bibliografía a pesar de ser considerada por él mismo y otros investigadores como “uno de los mitos más grandes de la educación médica”. El mapa de la contienda intelectual podría resumirse del siguiente modo: de un lado la legendaria y ampliamente difundida “Pirámide del Aprendizaje” de Dale (que ya sabemos que no es de su autoría pero así aparece por doquier); del otro, un grupo de investigadores empeñados en desmitificarla y desalentar su uso académico.

Ahora bien, ¿Qué pruebas exhiben estos científicos “caza mitos” para refutar la Pirámide? ¿Cuáles son los hechos que presentan en su contra? Hay al menos dos argumentos sólidos. El primero recae sobre los porcentajes de retención de información que lograrían los alumnos según cada una de las actividades de aprendizaje consideradas. Se trata de números que progresan en múltiplos de 5 o 10, y cuya obtención resulta inverosímil en el marco de una investigación científica rigurosa. El segundo argumento señala la imposibilidad de considerar por separado actividades sensoriales y/o cognitivas que van juntas y que son indisociables para cualquier actividad de aprendizaje: como ver y leer; escuchar y debatir; ver, escuchar y enseñar; y así sucesivamente. En suma, y pese a su innegable y creciente popularidad, la evidencia pareciera ser suficiente como para impugnar el valor educativo de la “Pirámide del Aprendizaje”, en tanto no existirían datos científicos que avalen la jerarquía de actividades que propone ni los porcentajes de retención indicados.

Hasta aquí el análisis realizado se vislumbra extremadamente favorable a los “desmitificadores”. Sin embargo, aún quedan algunas preguntas por responder. A saber, ¿Por qué es tan fácil para nuestro sentido común educativo aceptar la veracidad de esta imagen piramidal, falsamente atribuida a Edgar Dale, a pesar de ser excesivamente esquemática y simplista? ¿Habrá alguna noción válida detrás de la grotesca progresión de porcentajes de aprendizaje? ¿Debemos abandonar definitivamente su uso? Lo que vamos a plantear seguidamente no intenta ser en absoluto una defensa de la imagen piramidal, aunque sí implica un giro respecto de la evidencia citada.

En suma, y pese a su innegable y creciente popularidad, la evidencia pareciera ser suficiente como para impugnar el valor educativo de la “Pirámide del Aprendizaje”, en tanto no existirían datos científicos que avalen la jerarquía de actividades que propone ni los porcentajes de retención indicados.

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En lo que a nosotros concierne, la Pirámide del Aprendizaje posee un gran mérito: poner en evidencia que las actividades de aprendizaje son más efectivas cuando los alumnos “hacen algo” con el conocimiento que les “transmiten” sus docentes, en lugar de meramente recepcionarlo. Es decir, acordamos plenamente con la crítica metodológica previamente detallada, en tanto la forma en que se construye la pirámide y los porcentajes asignados en cada caso son ciertamente ficticios.

Sin embargo, esto no significa que las tareas a las que la “Pirámide” atribuye un alto impacto formativo y que en la enseñanza tradicional están monopolizadas por el docente, como “enseñar”, “explicar”, o “verbalizar ideas”, no sean más significativas para el aprendizaje de los alumnos que aquellas que implican una menor actividad desde el punto de vista cognoscitivo (como escuchar la exposición del profesor o ver una presentación).

En lo que a nosotros concierne, la Pirámide del Aprendizaje posee un gran mérito: poner en evidencia que las actividades de aprendizaje son más efectivas cuando los alumnos “hacen algo” con el conocimiento que les “transmiten” sus docentes, en lugar de meramente recepcionarlo.

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Sobre este último punto estamos claramente del lado de la apócrifa “Pirámide del Aprendizaje”. Al respecto, proponemos al lector abordar la robusta línea de investigación que sostiene que el aprendizaje está directamente relacionado con la actividad cognitiva que desarrollan los alumnos en clase; en especial, cuando las tareas realizadas involucran procesos cognitivos de orden superior.

Autores como Biggs[ii], han sido explícitos sobre este aspecto, al señalar que «lo que el alumno hace (en clase) es realmente más importante para determinar lo que aprende que lo que el profesor hace». En la misma línea, Carlino[iii] afirma que “los estudiantes recuerdan más lo que ellos han dicho que lo que el docente les dice o los libros les han contado, en tanto es su propio conocimiento en elaboración”.

Sobre este último punto estamos claramente del lado de la apócrifa “Pirámide del Aprendizaje”. Al respecto, proponemos al lector abordar la robusta línea de investigación que sostiene que el aprendizaje está directamente relacionado con la actividad cognitiva que desarrollan los alumnos en clase; en especial, cuando las tareas realizadas involucran procesos cognitivos de orden superior.

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Para cerrar esta breve argumentación queremos compartir con el lector la interesante reflexión de Carlino, quien formula y resuelve una irónica disyuntiva sobre el “trabajo” en clase:

Detengámonos a examinar quién trabaja y, por tanto, quién se forma cuando el profesor expone. En esta habitual configuración de la enseñanza, ¡el que más aprende en la materia es el docente! ya que la mayor actividad cognitiva queda de su parte (investigar y leer para preparar las clases, reconstruir lo leído en función de objetivos propios -por ejemplo, conectando textos y autores diversos para abordar un problema teórico-, escribir para planificar su tarea, explicar a otros lo que ha comprendido como producto de años de estudio…).

(…) En este sentido, resulta problemático que los docentes, con frecuencia, planifiquen las clases previendo centralmente lo que harán (dirán) ellos mismos en su exposición, cuando podría ser más fructífero para el aprendizaje de los alumnos que también planificaran tareas para que realicen los estudiantes a fin de aprender los temas de las materias. Lo que está en juego en este reparto de roles es quién, con qué fines y de qué modo hablará, escuchará, escribirá o leerá; y, por tanto, quién extenderá su comprensión y conocimiento de los temas de las asignaturas.”

Lo diremos sin rodeos: NO es verdad que No haya evidencia que avale las ideas generales de la “Pirámide del aprendizaje”. Y sí es verdad que “enseñar a otros” pueda considerarse una actividad de aprendizaje superior a escuchar a otro/s (el docente) enseñándonos. En el fondo, si prestamos atención, lo que en realidad nos recuerda la falsa “Pirámide de Dale” es absolutamente correcto: las actividades que involucran de manera activa a los estudiantes y los empujan a desarrollar una mayor actividad cognitiva, en especial aquellos cognitivos de orden superior (evaluar, crear) son más efectivos para el aprendizaje.

En suma, la Pirámide del Aprendizaje (falsamente atribuida a Edgar Dale) propone una serie de actividades de aprendizaje ordenadas en base a guarismos equívocos e incomprobables. No obstante, la propuesta de fondo posee avales científicos claros. Y si el lector aún no está convencido, lo invito a debatir este texto con otros colegas o simplemente contarle a alguien más, los argumentos aquí presentados. Seguramente cualquiera de estas opciones le servirá mucho más para recordar este material que si sólo le da una leída, aunque difícilmente podamos precisar los guarismos de tal superioridad.

En el fondo, si prestamos atención, lo que en realidad nos recuerda la falsa “Pirámide de Dale” es absolutamente correcto: las actividades que involucran de manera activa a los estudiantes y los empujan a desarrollar una mayor actividad cognitiva, en especial aquellos cognitivos de orden superior (evaluar, crear) son más efectivos para el aprendizaje.

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Sólo me resta preguntar al lector ¿qué piensa ahora de la Pirámide del Aprendizaje, falsamente atribuida a Dale? ¿Debemos abandonarla definitivamente?


[i] Masters, K. (2020). Edgar Dale’s Pyramid of Learning in medical education: Further expansion of the myth. Med Educ. 54: 22– 32; Masters K. (2013). Edgar Dale’s Pyramid of Learning in medical education: a literature review. Medical teacher35(11), e1584–e1593. https://doi.org/10.3109/0142159X.2013.800636

[ii] John Biggs (1999) What the Student Does: teaching for enhanced learning, Higher Education Research & Development, 18:1, 57-75, DOI: 10.1080/0729436990180105

[iii] Carlino, Paula (2005). Escribir, leer y aprender en la universidad. Una introducción a la alfabetización académica. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

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